—No.
—También a los aviones. ¿Y tú?
—No.
—A quedarme sola. ¿Tú no?
—...
—Anda, contesta.
—No, tampoco.
—No te creo, H, debe haber algo que te produzca miedo. No finjas conmigo, ¿acaso no somos amigos? Cuéntame.
H permaneció en silencio por varios minutos, continuamos caminando y ya no me atreví a decir nada más.
Una cuadra antes de llegar a la escuela me dijo:
—A la memoria.
Yo no comprendí y entonces descubrí otro miedo en mí: el miedo a preguntar, cuando la respuesta pudiera no gustarme.
María Fernanda Heredia
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